Reseña de "Por qué volvías cada verano" de Belén López Peiró. Madreselva Editora.
Creo que lo primero que hay que aclarar es que este libro tiene contenido delicado para algunas personas: habla sobre los abusos intrafamiliares que atravesó la autora en su infancia y adolescencia. Hecha esta aclaración para cuidar nuestras sensibilidades, vamos a por ello.
Por qué volvías cada verano es una pregunta que Belén López Peiró intenta responderse al contar su historia. Esto es una no ficción, eso quiere decir que el relato deviene de hechos que efectivamente sucedieron y que la autora intenta reconstruir de manera más o menos objetiva. Digo más o menos porque lo hace desde su punto de vista subjetivo, está contando su vivencia. Personalmente, es lo que me importa, la objetividad puede ser una pretensión demasiado grande para nuestro tiempo.
La novela contiene distintos registros de escritura, por un lado y como ya dije, tenemos la voz de Belén, que nos cuenta en primera persona lo sucedido. Por otro, reconstruye algunas conversaciones y pensamientos de otras personas: la voz de su madre, la voz del tío abusador, las voces de sus primas, etc. Todos estos soliloquios están construídos por fuera de la empatía con los sentires de cada quien, siempre prima el dolor de Belén en esa reconstrucción y eso reivindica su relato y con ello la “no ficcionalización”. Sabemos que es una reconstrucción desde su sentir y su percepción. Y repito: eso es lo que importa.
¿Qué te pensás? ¿que sos la única víctima? Esto pasó adelante de mis ojos y yo no me di cuenta. ¿Sabés la culpa que cargo? Además, con todo lo que te amo, hubiese dado mi vida porque me pase a mi en vez de a vos, por poder ahorrarte algo de sufrimiento. Igual la vida me lo está cobran do… Vos lo viviste, a vos te la dieron pero yo te tuve en mi panza, yo te parí, y por eso sufro todo lo que vos sufrís, pero el doble. Si, es así. Todo lo que sentiste multiplicalo por dos. Así me siento yo. Y vos seguís creyéndote protagonista. (Fragmento de la página 29)

Con esos pequeños monólogos genera este tejido polifónico por el cual ingresamos al texto y a la complejidad que se desprende de un abuso intrafamiliar. Que por cierto, son los más comunes. Según UNICEF, en términos binarios, (les dejo aquí el documento ), 1 de cada 5 mujeres y 1 de cada 13 varones en edad adulta reconocieron haber sufrido abusos sexuales en la infancia y adolescencia. Se estima que son muchos más, puesto que muchxs deciden no hablar para no generar conflictos familiares, por temor a exponerse, por vergüenza. En el documento que les compartí también están los números de asistencia en caso de precisar hacer alguna denuncia.
Otro de los registros que aparecen en el libro son las actas del juicio: las denuncias y las presentaciones testimoniales de distintxs familiares y profesionales. (Esta documentación sí podríamos ubicarla en un lugar mas “objetivo”, ya que está intervenida por el aparato judicial y no por la autora)
Así, reconstruimos la escena y vemos cómo Belén queda sola en las manos de este tío, policía querido en su pueblo, y ante el silencio de la familia atraviesa una tormenta que le arruinó el pasaje de la adolescencia. Ella define crudamente cómo la rompió, y otrxs declaran haber notado esa ruptura: Belén se volvió una persona más irritable, más triste, con llantos que la excedían por completo y a los que no podía ponerle palabras.
Siempre te buscaste pendejas vulnerables. Una vez me dijeron: “nunca hay una sola víctima”. Y tenían razón. No sé a cuántas más te cojiste, estoy segura de que a muchas, yo al menos conocí una. Y, creeme, sos de manual. Te encajetaste con revolver dentro de la familia hasta pescar dos muestras bien parecidas. Pendejas con padres ausentes y madres refugiadas en el alcohol o en la depresión. Da igual. Escarbaste con tus dedos negros y gruesos hasta encontrar ejemplares que respondan a tu perversión. Y conseguiste lo que querías: tocarnos y cojernos como querías. Y toda vía mejor, lograste que calláramos. Eso era lo que más te calentaba, ahí estaba tu verdadero hechizo. Callar siempre fue el peor castigo para ellas, para mi. Hablar libera y eso que todavía no desataron sus cadenas. Ni siquiera después de mirarme a los ojos. Yo las vi y me vi. Ellas siguen en tus manos, tu poder y tu fuerza las paraliza. Se resguardan en el amor que podés darles, en la certeza de que son tu familia, en el calor de tu abrazo. Pero no ven, no pueden ver que detrás de eso todo se desmorona y sólo pueden caer al vacío. Al lugar del principio, pero sin el dolor entre sus piernas. (Fragmento de la página 86)
Su recorrido por Santa Lucía, lugar donde ocurrieron la mayoría de los hechos, se vuelve un viaje tortuoso que una y otra vez le recuerda la crueldad. La familia, lxs amigxs, el ex novio, todxs sucumben a la mortaja del silencio cómodo y sistemático que protege a los abusadores. A eso se suman las dificultades y trabas judiciales, con abogados que la revictimizan permanentemente y la obligan a reconstruir el relato sin ningún rastro de sensibilidad o empatía.
No sabremos por qué volvías cada verano. Pero no importa: lo que sí importa es que te creemos.